En la vieja insistencia del olivar es donde mejor me encuentro. En su tozudamente repetida geografía. Para el gorgeo no necesita el ruiseñor más de tres notas ni plumas de colores. Para darle al espíritu confirmación y paz, el olivar no necesita ni rosas ni claveles: sólo seguir estando, siglo tras siglo, don lo pusieron. En esta permanencia -fértil y gris, austera y generosa, anterior a los bronces y a la piedra-, que rodea hoy la ruina de la piedra y del bronce, es donde mejor percibo a Andalucía.

Cruzo Despeñaperros, miro los olivares, respiro hondo y sé que aún estoy vivo, que de alguna manera estaré vivo siempre.Y me pongo a cantar sin voz una canción que no se aprende, que la sangre susurra como un recado al oído de cada sangre nueva. Una canción que dice que cada ser, por mínimo que sea, es importante, porque sin él, la naturaleza no sería como es ni estaría completa. Y añade que, sin embargo, todo ser es una gota de rocío que dura lo que dura la noche, y que una gota de rocío no es nada en medio de la noche. Y termina diciendo que infinitamente la noche se repetirá y se repetirán el rocío, y la yerba, y el plenilunio de agosto sobre los olivares. Porque la vida es la que hace ser día al día y a la noche, noche. Y no se acaba nunca.

Antonio Gala